Tania Gala en: "Cuentos para el cafe"

7.10.12


El Sindrome del caracol emocional.

Todo comenzó una calurosa tarde del mes de Junio. Aquel día el sol se había despertado con fuerza e ímpetu. Entrada la tarde, el calor sofocante tan sólo acompañaba a un buen bañito y unas cañas con los colegas.
En el mes de junio, cada tarde el plan se improvisa sin prisa y sin causa. Unos días en bici, otros hablando con las olas del mar,…experiencias y pasos en un camino tan emocionante como árduo, la vida.

 


 El caso es que aquel día transcurrió tranquilo y apacible. Unas horas de trabajo, un paseo en bici hasta el lago, unos chapuzones, vuelta en bici y cañita en las escaleras de Le Bistrot con buena compañía.
Recuerdo que cené, leí un rato y decidí ir a dormir. Y fue en ese instante cuando el prisma de mi vida dio un giro inesperado.
Revisé el despertador del teléfono móvil y después procedí a poner en hora la radio-despertador. Miré las horas y minutos digitales que tenía delante de mí.
pasaban a un ritmo ligeramente acelerado.
“¡Debe haberse chuscado el trasto!”_pensé.
Reinicié el aparato para hacerlo entrar en razón pero no obtuve la respuesta esperada. El despertador hacía correr las horas a un ritmo suave pero más rápido de lo normal.


 Por un momento pensé en la posibilidad de que las horas pasaran tan rápidas como estaba marcando el reloj. Entonces me di cuenta de que… si así fuera, mi vida sería como la de una mosca. Rápida y fugaz, ¡debía apresurarme a hacer todo lo que quería si no quería perder tiempo!Pero, después de valorarlo unos segundos también observé que mi vida consta de muchos momentos vitales que
me llenan y que aunque pasaran rápido… me harían sentir feliz y completo igualmente, así que no había prisa alguna.
Como al día siguiente trabajaba, decidí desenchufar el  despertador. Y conseguí así poner en hora el “trastorompedordesueñosflipantes” y procedí a dormirme.
A la mañana siguiente todo parecía normal. El café, la ducha, el desayuno,…todo tenía el mismo color y forma pero un halo de lentitud cubría los instantes y circunstancias que me rodeaban. El sol brillaba suave y cálido, provocando una sensación de bienestar en mi piel. Mi corazón latía fuerte y lento, marcando el ritmo de mis movimientos. Me invadió una sensación de conexión con mi cuerpo y la vida.


 Saboreé el momento de la ducha y del desayuno, sintiendo cada gota de agua en mi cuerpo, sintiendo el sabor de unas tostadas en apariencia normales, pero gustosísimas. El trayecto en coche fue fabuloso, sintiendo las vibraciones de la música en los cristales y mi voz a pleno grito cantando mis canciones preferidas. Estaba tan pletórico que casi me salto la salida.
Des de aquella noche, las emociones llegaban suaves y lentas. Y las situaciones variaban rápido, en desacorde con mi ritmo emocional. Pero en la vida, no siempre están presentes las buenas emociones. Un día llegó una emoción nociva para mi estado de ánimo. Estaba en una barbacoa en casa de Marcos. Allí había mucha gente. Pero llamó mi atención una mujer preciosa y agradable. Tomé una cerveza y me encaminé hacia ella con la pretensión de
entablar una conversación… de repente una sombra de duda invadió mi mente:“¿Y si no le gusto?¿Y si no me hace caso?¿Y si …? . La duda dio paso al miedo y a una sensación paralizante. Me quedé plantado en medio de aquella terraza, paralizado por un miedo frío y metálico, observando como otras aves rapaces se
llevaban mi presa alegremente.


Y así, la emoción del miedo invadió mi vida. Empecé a ser incapaz de vivir situaciones que antes realizaba tranquilamente: mi corazón se aceleraba al subir al coche temiendo un accidente , la duda acompañaba mis palabras dotándolas de inseguridad y frases inconexas, mis pasos eran poco precisos, pues no sabía si el suelo que pisaba era el correcto o no,…El miedo pasó a apoderarse de todos los momentos de mi vida, era incapaz de salir a la calle, conversar,… de vivir. Entonces, decidí ir al médico. Uno no pasa de la felicidad extrema al miedo absoluto porque sí, era consciente de que algo extraño me estaba pasando…
Después de unas llamadas y dos semanas de espera conseguí la preciada cita.
El médico, me esperaba tras su mesa. Vestía bata blanca, rondaba los sesenta y algo, unas arrugas de aburrimiento vestían su boca y sus ojos. Parecía que en cualquier momento podía ponerse a practicar un bostezo enorme y pausado…Un saludo cordial y un siéntese acompañaron el comienzo de mi relato. El médico,
abrió los ojos y preguntó con voz monótona “¿usted consume estupefacientes?”. Negué su pregunta con un cabeceo horizontal y rotundo… pero creo que no me creyó. De ahí pasé a unos análisis de orina y sangre, unas pruebas de ésas que te miran el cerebro, la de los tubitos con ventosas por el cuerpo, la de el gorro de
mechas conectado con cables y a un ordenador, la de …
En fin, después de muchas pruebas el médico me esperaba en la consulta. De hecho, lo acompañaban otros médicos que me miraban con cara de “inspección”, como si observaran el cuadro de un pintor importante.




El médico, sacó su Vade Mecum, y me leyó lo siguiente:
“Síndrome del Caracol: Síndrome afectivo-emocional derivado de la interacción extrema con los sentidos y las emociones, exportables del mundo exterior.
Origen desconocido. Bastante probable su relación con factores genéticos y factores ambientales.
 

TRATAMIENTO:
Evitar mantener emociones negativas. Ante tal caso, debe extraerse el caracol y meterlo en un vaso de cerveza para que se deshidrate y no vuelva a generar miedo, rabia o envidia.
Entonces el médico me explicó que tenía un síndrome raro y que como era tan raro no recibían subvenciones para estudiarlo y crear una medicina.
Cosa que agradecí después de sentir la solución al problema…
“Simplemente, si usted siente miedo, rabia o envidia, me llama a mi número personal. Yo vengo, le saco el caracol pudiente y listos.”
“Pero…Y ¿qué pasa con la tristeza?_pregunté.
“La tristeza no es nociva. Es simplemente el preludio de la felicidad”.


(Escrito por: Thais Díez)
(Ilustrado por: Tania Gala.)
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